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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2004-04-27 | [Acest text ar trebui citit în espanol] | Înscris în bibliotecă de Nicole Pottier
Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo? Sonoros, derramados en aéreos ejercicios, raptan la piel del cielo. Más que el cálido aceite, sí, más que los motores, el ímpetu mecánico del aparato alado, cóleras entusiastas, geológicos rencores, iras les han llevado. Les han llevado al aire, como un aire rotundo que desde el corazón resoplara un plumaje. Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo alados de coraje. En un avance cósmico de llamas y zumbidos que aeródromos de pueblos emocionados lanzan, los soldados del aire, veloces, esculpidos, acerados avanzan. El azul se enardece y adquiere una alegría, un movimiento, una juventud libre y clara, lo mismo que si mayo, la claridad del día corriera, resonara. Los estremecimientos del valor y la altura, los enardecimientos del azul y el vacío: el cielo retrocede sintiendo la hermosura como un escalofrío. Impulsado, asombrado, perseguido, regresa al aire al torbellino nativo y absorbente, mientras evolucionan los héroes en su empresa inverosímilmente. Es el mundo tan breve para un ala atrevida, para una juventud con la audacia por pluma; reducido es el cielo, poderosa la vida, domada y con espuma. El vuelo significa la alegría más alta, la agilidad más viva, la juventud más firme. En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta alas con que batirme. Hombres que son capaces de volar bajo el suelo, para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles, con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo gladiadores, temibles. Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes, igual que una colmena de soles extendidos, de astros motorizados, de cigarras tremantes, cruzan con sus bramidos. Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros batiéndose, volcándose por un desfiladero, darán al universo ni acentos más sonoros ni resplandor más fiero. Todos los aviadores tenéis este trabajo: echar abajo el pájaro fraguador de cadenas, las ciudades podridas abajo, y más abajo las cárceles, las penas. En vuestra mano está la libertad del ala, la libertad del mundo, soldados voladores: y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala hierba de otros motores. El aire no os ofrece ni escudos ni barreras: el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso. Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras abatido, convulso. Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego, no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria. Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego la creación, la historia. EL HOMBRE ACECHA (1937-1939)
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